Sánchez Ferlosio ha roto este año dos largas relaciones: la que durante 60 años mantuvo con su editorial de siempre (Destino) y otra de 26 con la superagente literaria Carmen Balcells. A sus 87 años, el viejo sigue bravucón peleando a la contra.
El primer libro con su nueva editorial, Penguin Random House, se publicó también este año. Campo de retamas. Por fin, la recopilación definitiva de todos los pecios, como llama él a sus aforismos, dispersos por infinidad de sitios más algunos inéditos.
Ferlosio evoca su encuentro con un mastín:
Hace ya muchos años, yendo yo por los campos y dehesas que desde la carretera de Piedralaves hacia Pedro Bernardo y Arenas de San Pedro van bajando, ondulantes, hasta la orilla derecha del Tiétar, vi que me seguía, como a unos 10 o 12 metros de distancia, sin tratar de alcanzarme, un perro grande, un mastín, que arrastraba un trozo de cuerda que traía atado al cuello. Era, evidentemente, un perro ahorcado, que con su peso había roto la cuerda y había salvado la vida. ¿Qué vida? Aquel andar tan cansado, con la cabeza baja, aquellos ojos tristes y como entrevelados, ¿podían ser todavía la vida? La confianza en que aún alguien en el mundo lo acogiese la traía ya tan disminuida que se me fue quedando lentamente atrás hasta perderme de vista.
Es inevitable acordarse del memorable momento en Il Gattopardo (Giuseppe Tomasi di Lampedusa, 1958) en el que Fabrizio Salina contempla la liebre que se acaba de cobrar y que agoniza frente a él:
[…] si vide fissato da grandi occhi neri che, invasi rapidamente da un velo glauco, lo guardavano senza rimprovero, ma che erano carichi di un dolore attonito rivolto contro tutto l’ordinamento delle cose; le orecchie vellutate erano già fredde, le zampette vigorose si contraevano in ritmo, simbolo sopravvissuto di una inutile fuga: l’animale moriva torturato da una ansiosa speranza di salvezza, immaginando di potere ancora cavarsela quando di già era ghermito, proprio come tanti uomini.
Traducido por Ricardo Pochtar tal que así:
“[…] se vio contemplado por dos grandes ojos negros que, invadidos rápidamente por un velo glauco, lo miraban sin rencor pero cuya expresión de doloroso asombro era un reproche dirigido contra el orden mismo de las cosas; las aterciopeladas orejas ya estaban frías, las patitas se contraían enérgica y rítmicamente, símbolo póstumo de una inútil fuga; el animal moría torturado por una angustiosa esperanza de salvación, imaginando, como tantos hombres, que aún podía superar el trance, cuando ya estaba condenado…”.
El mastín y la liebre nos rescatan al gorrión de aquel breve relato de Italo Svevo publicado en 1926: Una burla riuscita (una burla bien lograda)
Quando si vede un passero in gabbia fa compassione, ma anche ira. Se si è lasciato prendere vuol dire che un poco già apparteneva alla gabbia, e se poi l’ha sopportata, è prova certa che non meritava altro destino.
Que en traducción de Flavia Company viene siendo:
Cuando se ve un gorrión enjaulado se siente por él compasión pero también ira. Si se ha dejado coger quiere decir que un poco ya pertenecía a la jaula, y si después la ha soportado demuestra claramente que no merecía otro destino.
La memoria y los libros son una Scheherezade que nos llevan, como hacen los enlaces de la web old-school, a sitios insospechados.
One reply on “Un mastín, una liebre, un gorrión.”
[…] Un mastín, una liebre, un gorrión […]